Hacia las seis de la mañana se desembarazó de las sábanas. Descalza y en camisón atravesó a tientas el pasillo y salió al jardín de césped verde y cuidado, que crecía a ambos lados del camino de arena, separado por un muro y una verja de metal de la calzada, como un pequeño oasis en mitad de la ciudad. Sentarse allí siempre la tranquilizaba. El cielo comenzaba a aclararse poco a poco, y las ventanas de algunos edificios ya se iluminaban, delatando a las personas que ahora comenzarían a cumplir su rutina habitual. El silencio permitía de vez en cuando escuchar cómo algunos coches ponían en marcha el motor y se alejaban con un zumbido. En un par de horas, ella también tendría que lavarse y vestirse para ir al colegio. Pensar eso le provocó una risita, y es que en aquellos momentos el colegio le parecía más irreal que su pequeño jardín iluminándose perezosamente con luz tenue.
Ocupada como estaba en mirar hacia el cielo, no reparó en los ojos que la observaban desde el otro lado del muro de ladrillo, entrecortados por las rejas de la valla.
-Buenos días –exclamó con voz masculina la boca situada justo por debajo de los ojos, que Alba no llegaba a ver. Se incorporó de un salto, sorprendida, y retrocedió un par de pasos tambaleándose.
-No te vayas, no te haré nada. Por si no lo ves hay un muro entre tú y yo –rogaron los ojos, reluciendo a la luz del sol naciente. Alba no reconocía aquella voz, y estaba completamente segura de que no pertenecía a ninguno de sus amigos. ¿Un borracho, quizá, que volvía a su casa a pie y con ganas de divertirse un poco más?
-Resulta refrescante verte sin tacones –insistió la voz.
-¿Sin tacones? –repitió Alba como una estúpida, deslizando inconscientemente un pie hacia atrás. Sintió la frescura de la tierra y la hierba nocturna entre los dedos.
-Vete si quieres, anda. Sólo quería darte la oportunidad de agradecerme el haberte recogido del suelo, ya que pasaba por aquí.
Fue entonces cuando Alba pudo relacionar esos ojos con los que habían centelleado también a sus espaldas en aquel concierto, riéndose de ella en mitad de la vorágine de luces y focos, pero también manejando unos brazos que la habían separado del suelo, ese suelo que tanto atraía a su cuerpo cada vez que intentaba subirse a unos tacones.
-Gracias –respondió demasiado bajo y demasiado tarde; los ojos habían desaparecido ya. Alba corrió hacia el muro y, poniéndose de puntillas, se agarró a la verja, tratando de asomar la cabeza fuera. Lo único que pudo ver fue una espalda alejándose, cubierta de rastas con abalorios plateados que brillaban a intervalos, cimbreándose de un lado a otro como estrellas fugaces.
- Lavarme el pelo, por Dios.
- Ir a ver las notas de francés.
- ¿Mañana qué día es?
- Comprar más corticoides para los ojos chungos que siguen chungos pero menos.
- Lo he mirado, es sábado.
- Comprobar si las farmacias abren los sábados (esto va encima del punto cuatro).
- Llamar a alguien o dejarme llamar.
- Abrazar(le).
- Escribir.
- Leer un poco de Flaubert, que me va a hacer falta.
- Escribir otra vez.
- Recomponer a Sherezade, pobrecilla.
- Recoger la ropa de la silla/suelo (esto iría en el punto uno, pero a quién quiero engañar).
- Tomar un poco el sol.
- Ponerme crema de sol antes de tomar un poco el sol.
- Sonreírle al menos una vez al espejo.
- Leer esta lista.
- Ver Adventure Time para tener algo de que hablar con Néstor (es coña :D).
- Dibujar algo, sólo para recordar con qué mano se cogía el lápiz.
- Recordar.
- Sacar a Saria antes de comer.
- Escribir.
- Abrir la ventana antes de que todos los mosquitos del canal despierten de la siesta.
- Peinarme durante cinco minutos enteros.
- Bailar un poquito, o intentarlo.
- Aprovechar estas horas en las que estoy sola en el mundo.