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Qué harta estoy de los personajes
demasiado completos. Cada día que pasa me gustan menos. Me refiero a los
personajes curtidos, los personajes que siempre saben qué hay que hacer y que
en las películas nadie entiende por qué hacen lo que hacen pero todos los admiramos
y los entronizamos y queremos ser como ellos. Me refiero a estos personajes
encarnados por prostitutas guerreras con un pasado oscuro y dos hijos a su
cargo, de ojos oscuros y caninos de mamá leona, o de guerreros sin pistola a
los que todo el mundo respeta, o de adolescentes experimentados que saben más
que los adultos y que deciden lanzarse al mar saltando desde un muelle porque
soportan más de lo que nadie soportará en toda su vida. Me refiero a los
supervivientes de guerras nucleares del futuro, de androides, de inmortales, de
monstruos arrepentidos, de cazadores de zombies o extraterrestres. De héroes.
Qué harta estoy de los héroes. Ya no me
gustan un pelo. Porque no son más héroes que nosotros y nosotros nos creemos
que sí. Porque ser un héroe no es aguantar una infección de zombies, sino
levantarte todos los días de madrugada con una taza humeante entre las manos sabiendo
todo lo que te falta y sobreponerte en cada sorbo de café a las grietas que te
recorren el pecho, y vestirte y calzarte y salir con toda tu vida dentro de un
bolso a enfrentarte con el día que te espera, día tras día. Porque ser un héroe no es celebrar la
victoria coreado por el resto de héroes, sino quedar un día cualquiera con
otras personas incompletas, y reíros de todo. Porque, vamos a dejarlo claro, un
héroe no vence. Un héroe sobrevive. Y hay mucha más oscuridad en la vida real,
y hay muchos más monstruos disfrazados de personas en la vida real que en
cualquier libro.