Le digo a papá durante la comida que no soy como me imaginaba que sería a los veinte años, mientras devoramos pechugas de pollo al jerez y nos terminamos entre los dos medio litro de cerveza artesana que sabe dulce como un zumo de piña. Me escucha en silencio mientras yo intento hacerme entender, masticando muy rápido y bebiendo cerveza de un vaso pequeño, agitando la patata frita que sujeto entre los dedos. Le digo que me imaginaba que tendría las cosas más claras, que sabría más de todo, como cuando decides que ya terminarás un trabajo que tienes que hacer al día siguiente y te vas a dormir tranquilo. Yo me fui a dormir como una niña y me desperté como una niña, con el pelo más corto y los ojos más grandes. No le digo que me imaginaba más alta y más guapa, con las tetas más grandes, con más vestidos cortos, con el pelo más brillante, pisando más fuerte al andar por la calle. No le digo que me imaginaba con un vaso de licor en la mano en cualquier bar, mirando de reojo, sabiendo exactamente lo que tengo que hacer. Pero conforme hablo y bebo más cerveza dulce y mastico me doy cuenta de que hay cosas que sí que sé y que sé mirar de reojo y que tengo vestidos cortos y que me he ganado manos en la cintura al caminar delante de alguien. Y recuerdo las fotos de hace unos años, cuando vestía con ropa de chico y me tapaba la cara con el pelo porque no quería verme a mí misma y andaba por la vida como sobre una cuerda floja. Y me digo que al fin y al cabo, a base de gatear a ciegas por los golpes, he descubierto con las palmas de las manos exactamente dónde se encontraba la tierra firme y aunque aún no he aprendido a enfadarme sí que sé bucear mejor de lo que sabía. Recuerdo cuando tenía el corazón blandito como una almohada y recibía todo lo que viniese con los brazos abiertos y una sonrisa estúpida en la boca. Recuerdo cuando aún no sabía guiar la mano de nadie, ni gemir, cuando temblaba como una hoja, cuando no sabía coger trenes ni esconderme en habitaciones cerradas a cal y canto con solo una luz encendida y películas a medio acabar. Recuerdo cuando no tenía escudos para contrarrestar los golpes y todo importaba tanto. Recuerdo cuando no sabía beber café ni subrayar apuntes ni desearle la felicidad a quien me había hecho daño. Me recuerdo a mí misma, pobrecita, y me da ternura. Supongo que eso es un poco crecer también, aunque no sea más alta ni tenga las tetas más grandes.
Tetas. Hola.
Bendita juventud. Yo creo que he aprendido a desaprender.