Cierra los ojos, niña.
En el balcón, escenario de una luna enorme
blanca, azul y amarilla, embarazada
me perseguías y yo me asomaba para tocar su barriga.
Sobre el mar artificial y brillante
vacío de peces y de vida
que me espera paciente en cada sueño a que me precipite
mirabas mi espalda con ojos de niño
y tu rostro cambiaba muchas veces.
Me has prometido un beso, decías al final
y yo me volvía suspirando
sin dejar de recordar la palabra
grabada en la madera de mi cama.
Me debes un beso, decías
y yo que sí, que es cierto
te arrojaba los brazos al cuello y te besaba
sin saber quién eras
tratando de no tocar con la lengua tus dientes amarillos
y de no escuchar tu respiración entrecortada.
Al momento me daba cuenta de que sabías demasiado amargo
y de que la luna se reía, cada vez más fuerte
cada vez más gigantesca, a punto de devorarnos
y el mar me reclamaba a gritos para sí
y yo sólo quería liberarme de ese beso ceniciento
liberarme y ser tragada.
Al despertarme, acariciaba con la punta de los dedos la superficie lunar de mi pared.
Pensarás que siempre digo lo mismo, pero este (definitivamente) es uno de los mejores textos que he leído de ti, muy íntimo además. ¿Cuando creciste tanto?