No, no me refiero a la regla (que también tendrá algo que ver), sino a los días rojos que tenemos todo hijo de vecino. Por si no has visto Desayuno con diamantes, cosa que dudo, te explico:
Tu me dis "je vais reprendre mon train tout à l'heure et je sais pas quand on va se revoir".
Moi j'ai beau essayer de te rassurer,
de te promettre qu'il faut pas que tu t'en fasses,
tu me répétés "on sait jamais".
Alors non, évidemment, on sait jamais.
On sait jamais ce que la prochaine nuit nous réserve, mais toutes les autres non plus si tu vas par là.
Pace qu'après tout y'en a bien qui s'endorment dans leur baignoire ou avec une cope allumée.
C'est sûre que personne ne peut savoir de quoi demain sera fait.
Il y a tellement d'histoires, tiens rien que la fameuse légende urbaine du gars qui sort s'acheter des clopes et qui se prend une caisse en bas de chez lui parce qu'il regarde son téléphone.
Tu vois, moi aussi j'ai peur, j'ai peur en permanence qu'on m'annonce une catastrophe ou qu'on m'appelle des urgences.
Mais on a la chance d'être ensemble, de s'être trouvés tous les deux, c'est déjà prodigieux.
Esa chica sentada sobre su maleta en el suelo sucio del andén, un golpe de vista con una sonrisa dispersa entre las dos cascadas paralelas de pelo casi blanco a la luz de los focos, como una nómada con tacones. El niño de pelo rizado que había corrido verdaderamente esperanzado delante de su madre intentando alcanzar el autobús en el que se alejaba sin dejar de decir adiós con la mano la niñita a la que acababa de conocer hacía unas cuantas paradas. Las luces que se apagan al otro lado de la ventanilla del autobús cuando se aprieta la frente contra el cristal en un mareo de cansancio. La mirada del hombre con gafas en el paso de peatones a la mujer que caminaba con las manos en los bolsillos de los vaqueros. La declaración repentina de amor que un desconocido le había hecho una vez a Sabina en el metro de Barcelona. El chaval que leía solo en mitad del parque como un náufrago, la espalda apoyada en el tronco de un árbol raquítico.
Las farolas de la ciudad y el neón que perforaba la cabeza. Los labios de algún desconocido sin rostro deslizándose entre la multitud, las miles de caras que luego se le aparecían en sueños. Las casualidades que juraba recordar y que se le olvidaban en cuanto salía de la ducha. Esa sensación tan extraña de impertenencia al mirarse al espejo desnuda, de frente y de costado, cuando se miraba y se veía así como de golpe y sin avisar, y durante unas centésimas de segundo no sabía decir quién era la chica tan sorprendida y blanca que la miraba desde el otro lado y le daba como una especie de vértigo. A veces se sentía como una cámara dentro de una carcasa, como la prueba viviente de que la vida está demasiado bien planificada como para no ser el guión de una película muy superior.
Incluso a veces llegaba a sentir -y esto era de lo más perturbador- que ella misma era uno de esos suspiros que intentaba retener en su bote de cristal como si fuesen mariposas, y que no era más que eso. Una sombra que alguien había visto por la calle y de la que había imaginado una historia. Cuando pensaba en esas cosas le daba un vértigo muy grande y corría enseguida a meterse debajo del grifo de la ducha.
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solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestás tu mano en esta noche
de fìn de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Así la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo el mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.