La mosca verde.


Últimamente al calor del sol se lo lleva el viento de la piel, y es un alivio. Adoro salir a la calle con los cascos puestos -como siempre- y dejar que el cierzo veraniego y la música me envuelvan. He descubierto que tras el ansia de soledad se esconde el egoísmo (como tras otras tantas cosas), y que la persona más egoísta es aquella que se puede valer solo de su presencia.
No es un verano perfecto, pero por suerte he aprendido por fin que la perfección no existe. Y que crecer significa hacer que todos los cimientos se tambaleen, y dejar que se desmorone el castillo de naipes porque hay que sustituir alguna carta, a veces rota y con los bordes doblados y sucios, y a veces brillante y suave, recién pintada. Pero que sólo te gusta a ti.

Ahora que vuelvo a recorrer las calles de Zaragoza me doy cuenta de lo mucho que la echaba de menos, desde luego es la ciudad idónea para aburrirse. Hace poco fui a un concierto de BYA y otro grupo al C., y mientras escuchaba los berridos y la inmensa energía contenida en las gargantas de los instrumentos, me fijé desde la tercera fila (detrás de un par de armarios con camisetas negras que sacudían rítmicamente la cabeza) en un cuadro que me miraba desde la otra punta de la sala. Me quedé empanada observando el retrato; se trataba de una mujer con un vestido color aguamarina, retratada de cintura hacia arriba con un estilo algo sencillo, no sabría decir de qué tipo porque nunca he estudiado pintura. Pero eso da igual, lo más importante del cuadro era que la mujer tenía una espesa cabellera negra y unos ojos enormes, bordeados por unas inmensas cejas también negras que se juntaban en una sola sobre el puente de la nariz.
Allí, rodeada de todo ese tumulto y sin dejar de moverme al compás de la batería (como buenamente podía), no podía quitar los ojos de aquella mujer cejijunta. ¿Era una burla, un cuadro moderno al que querían romper el efecto romántico haciendo a la mujer fea?
Y luego pensé: pero, ¿es fea?
Mentiría si dijese que la belleza no importa. O, como dice Oscar Wilde, la Belleza. Para él, Belleza y Juventud eran lo más importante, y sonará estúpido, me dan escalofríos hasta a mí, pero estoy empezando a darle la razón. De todas formas, no os esperéis otra cosa de alguien que cuenta las calorías en una taza de té verde. Es una edad extraña, me siento extraña, y eso me hace pensar en si la chica del cuadro, si realmente llegó a existir, se sentía igual. Sólo somos carne y huesos. Si la felicidad no existe, ¿por qué la belleza sí? ¿Qué hace a una persona bella? Cuando era pequeña recuerdo que un día se posó a mi lado una mosca de esas verdes y brillantes, y dije "¡qué bonita!" Quienquiera que fuese que estaba a mi lado (otro rasgo egoísta de la niñez: sólo estás tú, el resto son sombras) me dijo con asco: "esas son las que van a la mierda". Pero la mosca me sigue pareciendo bonita, aunque sepa que hace algo asqueroso para nosotros. ¿Con las personas ocurre lo mismo?
¿Una persona sigue siendo bella aunque se revuelque en mierda, o, como a Dorian Gray, sólo se le puede pintar en un cuadro cuando tenga el entrecejo depilado?

Eh, eh, eh, ¿de verdad creíais que volvía con las manos vacías?

2. La lágrima

Primero fue a Francia.

Cuando su pecho le indicó delicadamente con toses sangrantes que aquella humedad no iba a ser lo mejor para ella, Alba decidió en el momento de llegar al puerto de Venecia que prefería un clima más cálido. Esquivó las caretas, las antorchas y los carnavales, los gritos de júbilo ahogados en las callejuelas, los confetis, las risas, los cantos y los disfraces soeces, traspasó las brumas por última vez con la maleta en la mano y sin decir palabra se subió a un barco que la llevaba a París. Paguí. Dejó atrás la fiesta húmeda y salada de su ciudad, se despidió mentalmente y sin mucho entusiasmo de todas las personas que la habían rodeado en su infancia y se encaminó justo hacia donde le habían advertido que no lo hiciese. París, un gran pastel rosa salpicado de luz y sol y esa manera tan nasal de hablar que había escuchado a alguno de sus maestros. París, con sus barrios oscuros repletos de cosas oscuras que nadie le había explicado.

Francia, aquella sala llena de espejos en el palacio de aquel rey del que le sonaba haber leído algo. El rey Sol, un cerdito cubierto de mantas y de bailarines displicentes que giraban en órbita a su enorme barriga. Millones de candelabros por las paredes, reflejos dorados en las ventanas, cientos de carruajes entrando y saliendo por el portón… la única dificultad de Alba era diferenciar la vida Real de la Imaginada, porque nunca antes había tenido necesitad de hacerlo. En Venecia (puede que como el resto de habitantes) siempre había vivido en un especie de limbo, donde nunca se da por supuesto nada que todo el mundo afirme y aún no se ha perdido por completo la esperanza por lo sobrenatural, por lo “imposible”.

En la vida Imaginada, el barco le habría llevado directamente a aquel palacio (que si hubiese escuchado más en clase habría recordado que no estaba en París, sino en Versalles), donde miles de bailarines habrían bailado una danza en su honor y la habrían proclamado su reina nada más verla. Dormiría en los aposentos del rey (que en la vida Imaginada no sería el rey Sol, por supuesto. De hecho, ¿quién necesita un rey?) y se despertaría cada mañana a la hora que quisiese, rodeada de cinco, no, seis bandejas con desayunos diferentes. Tendría una vida y media para recorrer todos los pasillos y vería desde su ventana a los carruajes entrar y salir, pero no saludaría a sus cortesanos. Escucharía la música desde su cuarto, tumbada en la cama, jugueteando con algún broche o bailando sola. Sí, haría que instalasen una alfombra persa nueva. Y la volvería a quemar, sólo para que oliese como la de su casa (en este punto se encontró echando de menos inconscientemente al ministro).

En la vida Real (real, qué palabra tan horrible), sin embargo, le robaron la maleta nada más bajar del barco y se dejó el abrigo abandonado en la cubierta. De lo segundo se dio cuenta cuando anocheció. De lo primero no se dio cuenta.

London Calling



Obligatorio leerlo con la segunda canción de la lista de reproducción ;)

Bueno, ladies and gentlemen, una servidora se escapa quince días a Wimbledon a dar un curso de inglés (y para qué negarlo, a ir de compras en Londres). Estoy segura de que podréis cuidaros muy bien vosotros solitos, y espero que disfrutéis mucho las vacaciones, al menos la primera quincena de julio, hasta que volvamos a vernos. Que sepáis que intentaré actualizar si puedo desde the great UK, y a la vuelta espero tener cieeentos de fotos para enseñaros ^^
En resumen, muchísimos besos a todos y disfrutad del calorcito o maldecidlo, ¡pero recordad que al menos es verano!
Y a los de siempre, que sepáis que os fundiré a besos y abrazos cuando vuelva. Os voy a echar mucho de menos. Te voy a echar mucho de menos.

Final del 1er capítulo.



[Fatal cortado, I know]

-Me dijo que nadie podría ofrecerme nada mejor. Pero yo no lo creo así. Hay vida detrás de estas paredes, hay algún camino al cruzar la puerta que me está esperando. El mundo entero espera que baile a su compás antes de romperme en pedazos. Por eso-concluyó, levantando la barbilla del ministro como si ella fuese su mentora y él el crío que necesitaba de consuelo-necesito que me dejéis ir. Necesito vivir antes de morir.

El hombre no dijo nada en el momento, pero horas después contempló a su pequeña, su gran amor, su obsesión, sujetando una maleta junto a la puerta y mirándolo con seriedad, sin grandes expectativas, como aquella vez hacía tanto tiempo cuando él la llevó a la noria. Pero ahora la niña ya no era una niña, llevaba uno de sus mejores vestidos y un abrigo ribeteado de piel, el pelo recogido bajo un sombrero y botines de tacón, y el aura que la envolvía impresionó al ministro por la similitud que tenía la joven con su madre. Nunca llegó a comprender del todo por qué Nora d’Angelli había acudido a él aquella helada noche de diciembre, y por qué desde entonces nadie había preguntado por Alba, pero su intuición le decía que eso era una señal, algo parecía indicarle que Alba viviría al margen. Y probablemente moriría tan silenciosamente como había vivido. Y él no se enteraría.

-Por favor, recuerda que esta es tu casa-le dijo casi en una súplica. Alba asintió y esbozó una sonrisa de despedida. Se acercó al hombre y lo estrechó entre sus brazos por lo que ambos sabían que era la última vez. Los sirvientes la despidieron con un apretón de manos cariñoso y alguno más lanzado hasta con un par de besos, ya que le habían cogido afecto a aquella pequeña criatura surrealista.

El ministro, por su parte, no pudo soportarlo más y le dio la espalda a Alba en el mismo momento en el que ella cerraba la puerta de la mansión y daba por finalizada su infancia, y por comenzada su vida. Hasta el momento en el que, como reflexionó el ministro mientras se ahogaba en whisky, cerraría los ojos con una sonrisa extraña y dejaría este mundo sin que nadie se diese cuenta. O al menos eso creía él.

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