Primera entrada (extracto del diario)

23/IV/2010

[...] Zaragoza es una ciudad rara. No digo extraña, porque algo extraño es algo un poco mágico, supersticioso. Zaragoza es rara. Por la mañana, cuando despierta, es acogedora y familiar, como una gran madre que acoge a todos en su seno y que acepta con paciencia las obras y heridas que le hacen. Al mediodía le entra la modorra y los niños, ebrios de libertad, se vuelven salvajes. La gente parece mirarte más, y el sol da más fuerte. Por la tarde huele a quemado y se vuelve amarilla, vaga, echa a los niños y los reemplaza por abuelos, gente haciendo recados, es el corazón del día, el núcleo de la actividad, aunque lo que de verdad quiere todo el mundo es irse a dormir ya. Conforme pasan las horas parece que la ciudad se agranda. Y finalmente llega la noche. En la oscuridad Zaragoza se vuelve enorme y engañosa, las calles se llenan de papeles arrastrados por el viento, los cristales de los autobuses se empañan y todo es una vorágine de luces en la que cada persona parece ocultar un secreto en el fondo de los ojos. Con la noche la gente se pone la máscara y los párpados languidecen. Cuando recorro de punta a punta la ciudad siempre me siento un poco fuera de lugar, como si estuviese en territorio prohibido y lo descubriese todo por primera vez. No me creo que sólo haya una Zaragoza. Al igual que no me creo que sólo haya una persona en cada cuerpo.

2 Responses so far.

  1. Trip says:

    Has dado en el clavo :)

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