El rayo de luna.

Érase que se era una fiesta en una casa con las ventanas cerradas y los postigos echados y una nube de humo de mandrágora muy grande que salía de los cigarrillos y se metía entre los rizos del pelo de las chicas que hacían bailar las pestañas y las faldas y las uñas sobre las boquillas de medio metro de sus cigarros y los vestidos de seda que caían por los hombros blancos y acariciaban las pajaritas de los señores. A medianoche se coló un rayo de luna muy pequeñito por la rendija de una puerta y se proyectó contra las baldosas porque la música le había despertado y quería ver a todas las mujeres con los vestidos y los cigarros de metal de medio metro y a los hombres con la barriga enfundada en el esmoquin y los puros que hacían humo negro. Una de las mujeres que era su madre se separó del grupo y fue a decirle que se volviese a dormir. El rayo de luna le dijo que tenía miedo de volver a su habitación porque el pasillo estaba oscuro y creía que había monstruos escondidos en su armario. "No seas tonto" le dijo su madre "allí no es donde están los monstruos." Y lo mandó de vuelta a la cama.

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