Como dijo el gran sabio: yo no me empano, yo reflexiono.


Quizá se deba a caminar sola por la calle con las farolas encendidas, agarrada a mí misma para que el frío no me afecte. Quizá se deba a esa extraña atracción que tiene el suelo sobre mí, que siempre tengo que estar con la nariz apuntando hacia abajo cuando ando. Mi madre de pequeña me reñía por no mirar al frente. Pero mirar al frente hace daño, el viento me da en los ojos y eso no me gusta. Además, si miras las puntas de los zapatos al andar te das más cuenta de que la Tierra es redonda, porque el suelo parece salir de no se sabe dónde y da la impresión de que estás dando vueltas sobre una pelota de cemento. Incluso he llegado a creer que no avanzaba y que me iba a quedar dando vueltas para siempre. Qué vergüenza, dios mío, atascada ahí en medio de la calle. No sé, quizá sea por eso que se me va tanto la cabeza.
A veces me parece que el mundo entero se resume en la sombra de las hojas de los árboles sobre la acera. Es una sensación rara, como un soplo de aire fresco, como una frase que te llega súbitamente a los labios, como un atragantamiento. Es el tipo de cosa que sólo puede entender quien viva el mundo de la calle con la mente perdida entre las piedrecitas de las baldosas y las hormigas ambulantes. De repente lo ves todo clarísimo. Abres mucho los ojos, sorprendido de que no se te hubiese ocurrido antes. En un sólo movimiento está resumida toda la historia habida y por haber, en el estúpido y usual bamboleo de las ramas al viento. Pero un árbol en el suelo ya no es un árbol. Entonces, ¿qué es? ¿Cómo puedes explicar lo que acabas de sentir, esa respuesta instantánea que te quema la garganta como el vodka a palo seco al no poder expresarla? Entonces es cuando alguien se da cuenta de que no estás en lo que tienes que estar y te ganas una colleja o un empujón.

¡Despierta, coño!

One Response so far.

  1. Anónimo says:

    Me encanta tu nuevo blog, enhorabuena!!

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