La pagina con la esquina doblada hacia adentro.

No sé si alguna vez he hablado aquí de Paraíso inhabitado como es debido. Como hoy me siento bien y ahora mismo el salón está a oscuras y todo huele a verano y aún tengo el sabor del helado en la boca, os dejo un regalo, a disfrutar en silencio, tranquilamente y con un poquito de nostalgia, para que alcance todo su sabor.


"No puedo recordar cómo sucedió, pero estábamos los dos sobre lo que, de tratarse de una ventana corriente, hubiera sido el alféizar. Sentados muy juntos, sobre el vacío, casi dentro del cielo que iba apagándose donde aún no había llegado la noche, pero sí la oscuridad -la conocida luz de la oscuridad que venía desde el lejano Cuarto Oscuro-. Iban apareciendo, espaciadas y lejanísimas estrellas, guiños de una luz enigmática y atrayente como un imán. Todavía no entiendo, recordándolo, cómo no nos caímos de allí, ni cómo habíamos llegado. El Ángel de la Guarda existe.


Me acarició la cabeza, con mucho cuidado. Como si temiera hacerme daño. Su voz me recordó entonces a cuando dijo que iríamos a Rostov a oír campanas, "conciertos de campanas". Y en el aire, a través de aquella ventana sin límites que llevaba al firmamento creí oír lejanísimos tañidos. Tenían la misma cadencia, el mismo ritmo de cuando él canturreaba "ven, ven, ven...". Entonces, como un relámpago, volvió el vértigo. Pero fue un segundo que nunca olvidaré.


Y allí estábamos los dos, susurrando nuestros secretos sobreentendidos, palabras quizá ni siquiera pronunciadas. Desde abajo, a lo lejos, llegaba el rumor de la calle. Aún más lejos, iban aumentando las luces, lentamente. La ciudad despertaba a la noche. 


-¿Adónde vas cuando te escapas?


-Voy y vengo -dijo. No le pregunté más porque creí entender que sus escapatorias eran como las del Unicornio.


-Gente -dijo al fin-. Y no quiero vivir con ellos... ni ser como ellos.


Sentí entonces algo como un escalofrío. Y dijo, apretándome contra él:


-Yo me iré, pero volveré, yo me iré, pero volveré... a buscarte.


-¡No te vayas! -La angustia me atenazaba la garganta.


-Sí, me iré, como tú también te irás, porque todos los niños nos vamos. Pero volveré. Te lo juro, yo volveré por ti. Y tú me reconocerás.


Casi era un sueño, casi eran las palabras de un sonámbulo. Pero para mí eran tan desoladoras, tan crueles, que no pude evitar gritar: 


-¡No te vayas, no quiero que te vayas...!


-Es que crecemos -dijo despacito. Y no hablaba como un niño, ni como un Gigante. Hablaba como si el tiempo hablase. Y recordé el día en que Isabel había hablado de la desaparición de los niños y los comparó con dientes de león.


-Porque crecemos, nos vamos, y ya nunca, nunca más, volveremos. Sólo yo estoy seguro de que volveré a por ti: porque tú y yo somos diferentes."



Paraíso inhabitado, Ana María Matute. 
Página 295.  

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