Peces de acuarela.

Si cada persona estuviese moldeada a partir de una cosa distinta, supongo que las habría sencillas, de carne y hueso, simples y felices amasijos de células y nervios. Luego también habría otras hechas de música, con el pecho vibrante de rock'n'roll, o presas de movimientos electrónicos, o melancólicas y elegantes como un ritmo de jazz. Son tontadas que se me ocurren el los trayectos de bus de casi una hora hacia la guarida del Oso en los que me voy muy muy lejos de Zaragoza, sentada en el mismo asiento con la ventana a mi derecha y las mismas canciones una y otra vez en reproducción aleatoria. Trayectos de bus que todo el mundo ha vivido, en los que el resto de pasajeros pasan a ser simples figurantes de las canciones y puedes adivinar lo que hay dentro de sus mentes como si llevasen peceras sobre los hombros en vez de cabezas. Por eso me gusta imaginarme que cada pecera contiene un elemento distinto que los diferencia a unos de otros. Me imagino que habrá peceras pintadas con acuarelas, o con témperas de colores, si son peceras un poco más pequeñitas, que habrá peces medio sordos y medio ciegos, que habrá peceras más limpias o más dejadas, pero todas transparentes. Que dentro de cada uno hay siempre algo palpitante que lleva al pez a revolverse dentro del cuerpo como un escalofrío. Supongo que en mi caso no soy mucho más que las palabras que me conforman, y que son las palabras las que hacen que me estremezca.

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