La voz.

El músico no solía cantar, y cuando cantaba lo hacía en un idioma que a ella se le antojaba salvaje porque aún no lo manejaba del todo, era como una niña pequeña aprendiendo a hablar, a moverse, a reír. Por eso, cuando el músico cantaba, y lo hacía en otro idioma, la música cobraba una dimensión casi filosófica, cinematográfica. Como la banda sonora de un momento muy importante. Una noche decidió ponerse a buscar la letra de la canción, de esa canción en cuestión, y cuando la encontró se maravilló de poder entender a las personas mayores. Se recostó en la silla y pensó que cuando creciese se acordaría de ese momento, de su yo sentada en la silla roja, leyendo exactamente esa novela con los pies en la cama revuelta, la luz blanca del flexo antiguo, las pinturas desparramadas por la mesa (sus pinturas) junto con los cascos, los cuadernos, el cepillo, las revistas, la cámara, el vaso de agua, y la canción sonando y el músico cantando. Así que puso atención a la letra hacia el final, y cuando el músico dijo "A la beauté des rêves" con su voz y ella lo escuchó y lo entendió, se sintió rozar el cielo con la yema de los dedos.

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