Cuento de Navidad anticipado.



Desde que oscurecía a las cinco de la tarde los edificios, vestidos con sus mejores galas navideñas, convertían la calle en una paleta enloquecida de luz cromática. Árboles brotados de la nada se estiraban buscando con sus ramas algo de la luz solar que les había abandonado y miraban a su alrededor sin saber dónde se encontraban, impregnando los alientos de olor a bosque.

Blanca llamó a su hermano, al que había olvidado junto a una columna del paseo, embobado mirando una estrella fugaz de bombillas amarillas. Benito corrió hacia ella con el gorro resbalándole por el pelo demasiado corto y suave, de bebé, y la bufanda a rayas dándole tumbos a uno y otro lado del cuerpo. Por un momento, pareció que se iba a agarrar de la mano de Blanca, pero se mantuvo a su lado con las manos pegadas a ambos lados del cuerpo. Ella no se dio cuenta de que había estirado su propio brazo hacia él hasta el momento en el que sus dedos chocaron con el bolsillo del abrigo de su hermano, y la retiró rápidamente. Ambos caminaban ahora uno al lado del otro por el paseo, Benito con la enorme bufanda dándole cinco vueltas al cuello de forma que sólo sobresalían los ojos y media nariz sonrojada, Blanca con el pelo larguísimo, planchado y brillante, caminando segura sobre las botas de tacón que tanto le había costado ponerse hacía un año. Con tacones, su hermano le llegaba apenas por la cintura. Siempre que veía desde arriba el pompón de su gorro balancearse le daba miedo perderlo entre la multitud.

Había algo de calor en ese frío, algo que hacía salir a todo el mundo a la calle. Blanca, perdida en sus ideas, se volvía de vez en cuando a su hermano para controlarlo con cara de fastidio, y siempre lo encontraba con los ojos refulgiendo como un espejo de las farolas, los árboles, las guirnaldas, las fachadas epilépticas. “Como si no hubiera visto las mismas luces un millón de veces, qué crío es cuando quiere.” Y recordó las palabras de su madre al encomendárselo hacía ya un tiempo. Eres su hermana mayor, es el momento de que te encargues de él, tienes que ser madura. Así que Blanca había sido madura y había cerrado la puerta, había puesto música, había embutido a su hermano medio dormido en el abrigo, le había encasquetado el gorro y la bufanda y lo había arrastrado fuera de casa sin mirar atrás, diciéndole que iban a ver el belén a tamaño real de la Plaza.

-¿Cuándo volvemos? –preguntó  al rato su hermano, mirándola muy serio.

-¿Ya quieres volver? –dijo ella con una sonrisa que era una mueca.

-Sí. Quiero ver cómo están papá y mamá.

-Papá y mamá están perfectamente. Papá y mamá están mejor solos ahora mismo.

-¿Por qué?

-¿Por qué? –repitió Blanca- Porque hay veces que en una relación es mejor estar solos para solucionar cosas.

-¿Por eso nos hemos ido?

-Sí.

Benito se calló y siguió mirando las luces, poniendo cara de estar reflexionando mientras el gorro le resbalaba hacia atrás. Blanca se lo colocó y siguieron andando.

-¿Es por cuando rompí la mesita del cuarto de estar? –dijo de repente el niño.

-No, idiota, no tiene nada que ver contigo.

-¿Y contigo?

-Tampoco. No es cosa nuestra.

-¿Y no tendremos que elegir con quién irnos?

-¿Con quién te irías tú?

Benito pareció reflexionar otra vez, hundiendo los hombros para refugiar la nariz aún más en la bufanda.

-Con papá. Me da más pena. Además, mamá sabe cocinar y él no.

-¿Y tú ayudarías a papá a hacer la comida?

-Claro –dijo él como si fuese obvio.

Ya se veían las palmeras del belén desde lejos. De las farolas colgaban bolas hechas con hilos plateados que relucían como enormes burbujas. La gente, cerrándose el cuello del abrigo en torno a la garganta, se amontonaba alrededor de los puestos de castañas asadas, que olían a gloria y a infancia. “Claro, para él esto debe de ser el presente” se dijo Blanca al ver a su hermano observar con curiosidad el humo que salía de la sartén. ¿Cuándo había empezado ella a tener nostalgia? Dos ancianos venerables paseaban engalanados y cogidos del brazo, ayudándose el uno al otro a abrirse paso; ella con sombra de ojos azul resaltando tras las gafas de montura dorada, él con un borsalino a juego con el traje y un bastón de madera barnizada. “En Navidad todo es tan dorado y tan plateado… es como si todos los colores brillasen sobre un fondo negro.”

-¿Y nos tendremos que ir de casa? –preguntó de nuevo su hermano.

-Pero si no va a pasar nada, tonto, no te montes películas –exclamó Blanca, intentando reír.

-¿Tú crees que lo solucionarán algún día?

-Claro que sí –dijo ella mientras miraba cómo dos novios compartían un plato de churros, mojando cada uno su parte en una taza de chocolate caliente -. ¿Te apetece que nos tomemos un chocolate después de ver el belén?

-Ya no soy un niño, no se me convence con chocolate –respondió Benito, mirándola con sus ojitos serios medio ocultos bajo el flequillo rubio.

Blanca calló, golpeada por las palabras de su hermano. Claro que eres un niño, le apeteció decirle. Mírate, con tu cara de muñeco y la bufanda que es más alta que tú. Pero no dijo nada porque entendió a lo que Benito se estaba refiriendo, y le dolió no poder contestarle. Ya habían llegado al belén, y se detuvieron antes de entrar para mirarlo desde fuera, en silencio, uno al lado del otro.

-Blanca –dijo Benito a los pocos segundos en voz muy bajita.

-¿Sí?

-Yo me iría contigo.

Y sin decir nada más, su hermano pequeño le cogió de la mano.

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