Mis gigantes.

Un día estuve comentando con un amigo que de vez en cuando me siento (y al parecer de nuevo no es una emoción exclusivamente mía) como una niña pequeña a la que lanzasen de repente al mundo de los adultos. Puede que sea por mis 158 centímetros de altura, pero a veces sólo veo gigantes a mi alrededor,  gigantes como los que veía cuando tenía ocho o diez años y admiraba con los ojos muy abiertos sus relaciones, entre los que ahora tengo que incluirme pero con los que la mayor parte del tiempo no me identifico. Creo que en muy pocos momentos dejo de ser una niña, y dentro de esos momentos, son mínimos y cortos aquellos en los que dejo de ser una niña por voluntad propia o sin darme cuenta, y me acomodo rápidamente al traje de adulta recién salida del horno, ya formada y supuestamente difícil de impresionar. El resto del tiempo soy pequeña, con aparato, gafas y un brote de acné, escondida tímidamente en el cuerpo de la Celia actual, que necesita caricias y mimos para mirarse al espejo y creerse que ha aflorado al fin su mayoría de edad y que se encuentra equilibrada sobre sus dos nuevas piernas y en armonía con la columna vertebral que sostiene el resto de la carcasa que ha visto evolucionar maravillada y agradecida.

He llegado a la conclusión de que puede que por esa razón me guste tanto el personaje de Lolita: por ser la niña perversa que yo nunca he sido, que no busca crecer como salvación a la preadolescencia, sino como un juego más en una niñez que maneja como le viene en gana. La seguridad que vengo viendo toda mi vida en los gigantes de mi alrededor que andan a zancadas y se ríen a carcajadas y se empujan unos a otros mientras yo me tropezaba andando en línea sobre los bordillos. 

One Response so far.

  1. jscrls says:

    Querida Miss Celia, no puedo pasar por alto este artículo tuyo sin confesarte la ternura que me provoca. No estoy seguro si esa ternura es en exclusiva inherente al texto o yo mismo pongo algo, o mucho, de mi parte; pero lo cierto es que me conmueve.
    Creo que sin preguntar inquieres y por eso yo sin hacerlo me atrevo a responder: tienes todo el derecho del mundo a sentirte como tú quieras, como desees. Eso sí, no dejes de contarlo como sabes hacerlo, porque esos ciento cincuenta y ocho centímetros encierran una capacidad de comunicar fuera de medida.
    Por otra parte no tengas por demasiado cierta la supuesta seguridad de los "gigantes": cuántas veces es falsa... te lo digo yo.
    Besos.

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