Sabado con olor a domingo.

He llegado a la conclusión de que me concentro más estudiando después de escribir un ratito aquí. En realidad es una excusa barata para no tener que ponerme a trabajar justo después de desayunar, que es algo que no soporto. Este sábado tiene olor a domingo y me he sumergido junto con Florence en el bochorno soleado que inunda Zaragoza ahora mismo, que me llena de sudor la nuca -más desnuda que nunca- y la parte de atrás de orejas cuando llevo los cascos grandes y hace que se me hinchen los labios. Hoy he desayunado por primera vez en el año en la terraza, con el camisón del revés y rodeada de margaritas y romero y menta y lavanda y lirios y abejas y algún que otro pájaro que ahora mismo estará devorando las migas de mis tostadas de pan duro con mermelada sin azúcar. Ha sido bonito porque el café con leche fría estaba riquísimo y soplaba un poco de brisa, pero esa mesa me viene un poco grande y para estudiar no es del todo cómoda. Estoy por ponerme a hacer apuntes tumbada en el suelo sobre una toalla, si no fuese porque sé que a la media hora me quedaría dormida bajo el sol como una lagarta. Hablando de dormir, hoy he soñado que la línea del nórdico en mi espalda era la uña de alguien que se acercaba por detrás, y me he despertado con el corazón en la garganta y no me he podido volver a dormir hasta que no me he dado media vuelta. No sé si será por la cena de ayer, pero he soñado con las cosas más extrañas. Por alguna razón, mis peores sueños siempre tienen algo que ver con el País de las Maravillas. No quiero volver a pensar en horarios. Ni en planes de futuro. Ni en nada de nada. No quiero irme a estudiar. Pero como soy una niña aplicada, pues lo hago.

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