El mar.

Hace algún tiempo, aunque no mucho
vivía y respiraba sumergida en un mar
en el que suaves corrientes me zarandeaban
como fantasmas a través del cuerpo
meciéndome en un azul infinito
sin embargo mucho más claro que el cielo.

A través de las motas de sol
que agujereaban la línea divisoria de la superficie
yo veía y sentía cosas maravillosas,
cosas que sólo a quien haya buceado
tan abajo
podría atreverme a explicar.

Veía un pájaro atravesar una verja volando
y me iba con él a otro mundo.
La raya de verde intenso en una camiseta morada
me hacía saborear las emociones más extrañas.
El perfume de un cuento, los hocicos de hilo
en los que refugiaba la nariz enfriada,
mis tebeos de leche con chocolate,
el romero.

Eso fue hace ya algún tiempo,
y el límite plano y cortante del mar se va acercando
los agujeros de sol se agrandan
y cada vez tengo más miedo de que me arranquen de aquí
de que me hagan salir a la superficie
a boquear como los peces,
de que el viento seco me arrastre
sin más sensaciones cálidas para sobrevivir.


One Response so far.

  1. Eduardo says:

    Está logrado el miedo al exterior, mola.

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