Por amor al arte.



-He visto tu nueva conquista –le dijo con una sonrisa algo forzada, apoyando el mentón en las rodillas.

-¿Quién?

-La pelinaranja.

-Ah –el escritor sonrió, como recordando algo dulce- sí.

-Deberías fijarte en la madre, es más de tu… estilo.

-¿Me estás llamando viejo?

-¿No eres ya mayor para ir persiguiendo niñas?

-¿Y tú no eres muy joven para hablar como una abuela?

-Pobre, parece tan inocente…

-Por eso mismo. Ahí reside su encanto. Tú tienes unos rasgos interesantes, pero ella… es linda, tiene la belleza propia de la ignorancia. Es como una flor sin abrir. Y eso me encanta.

-Ah, no, conozco esa mirada. La vas a destrozar –Ginebra pretendía ser cómica, pero la frase brotó de sus labios con toda la amargura que se le estaba acumulando en el pecho. Ambos permanecieron en silencio un rato más escuchando la lluvia caer. Ginebra se sentía desilusionada, como una ola que se va haciendo más y más grande hasta que explota contra las rocas. La dulzura del sexo había dado paso a una simple habitación en penumbra donde dos cuerpos desnudos descansaban sobre una cama, vacíos. Se incorporó y comenzó a vestirse, sintiendo los ojos de Arcadio fijos en su piel.

-Me da igual –añadió, de espaldas a él-. Lo que hagas con esa niña.

“Tendría que haber dicho “a esa niña””, se lamentó demasiado tarde.

-Pero Ginebra, si tú también eres una niña.

Eso le hizo acordarse de Maurice, ya que él siempre la había llamado “niña vieja”, aunque luego no supiese explicarle qué significaba aquello. Decía que eran gestos, miradas, movimientos. La manera en la que sus manos se movían para recogerse el pelo en una coleta o un moño cuando era más pequeña, rápidas, delgadas y serenas, sin titubeos. La expresión de concentración al leer, con la mandíbula tensa y los ojos llenos de una seguridad que no todos los adultos llegan a conquistar. Esa “niña vieja” que a Maurice tanto le gustaba y que, según él, asustaba a la vez, porque al sumergirse en sus pupilas parecía que extraía todos los pecados.

-Además, nadie muere por amor –continuó diciendo Arcadio. Se había sentado en el borde de la cama para ponerse la ropa interior. Todo su cuerpo resplandecía de humedad, y esa misma fue la que le trajo el olor a sudor, salado y conocido, antes incluso agradable. “Tiene que irse ya”, pensó, “tiene que irse ya.” Se agachó para buscar sus pantalones de tela y siguió el rastro de ropa por el suelo, recogiéndola como si fuese fruta madura. Cuando la tuvo toda se volvió hacia el escritor y dijo lo que desearía haberle dicho hacía ya mucho tiempo, en cualquier otra ocasión.

-Pero sí por amor al arte.



One Response so far.

  1. Mandarina says:

    Me gusta! y también la siguiente, me has hecho repasar francés :)

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¡Muchísimas gracias!

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