Coma y aparte.

 16:22 y yo a punto de partir con todas mis bolsas de nómada hacia la guarida del oso. Menuda nómada, que tiene que llevarse la Moleskine y el pintalabios allá a donde va. Pero en fin, estoy escuchando How to destroy angels, acatarrada (y todo el mundo sabe que este es el mejor momento para ponerse a escribir) y son minutos de completa calma nublada, una especie de enorme coma que tengo muy pocas veces, normalmente pasada la medianoche. No la coma de no poder dormir, no señor, que no es lo mismo. La coma de  acurrucarme con oso en nuestro pequeño paraíso personal (sí, esa habitación que no soporto sola pero que se ilumina y se recalienta como si alguien hubiese encendido una chimenea cuando él llega), o de decir cochinadas y escuchar música bonita y comer cosas ricas con pantera y lobo. O, si estoy sola en casa, de hablar por teléfono con alguien que está muy lejos (demasiado lejos a veces) y a la vez tan cosido a mí como mi propia sombra.

Ayer bajé al supermercado a comprar (evidentemente no bajé a celebrar una rave) y me di cuenta de que mi antigua calle sigue siendo en esencia la misma calle. Ya sé que en tres años tampoco iba a sufrir un cambio radical, pero bajar por ella o por el parque de la izquierda es como volver a un viejo decorado de una obra que conoces muy bien, y da nosequé dulzura dentro del pecho. En especial, el hombre mayor al que llevo viendo desde que recuerdo tener ojos, que siempre se sentaba en el saliente de un bar abandonado, en la esquina de la calle, a mirar la gente pasar. Ayer lo encontré un poco más adelante, tomándose en un café, solo, en un nuevo bar que unos chinos inauguraron hará poco más de un año y en el que siempre hay una televisión retransmitiendo partidos de fútbol. Verlo allí sentado con el mismo traje, gafas, sombrero, una de las perneras del pantalón completamente recogida porque no hay pierna que la mantenga, y las muletas apoyadas en la mesa de hierro, me ha tranquilizado un poco. Siempre me ha parecido que tiene la expresión de encontrarse en paz y en calma consigo mismo, como si se entregase sin rechistar a la misma rutina, a bajar al mismo bar agarrado a las muletas, con una pulcritud y tranquilidad que parecen querer disculpar su carencia anatómica. Por eso intento mirarle siempre a los ojos cuando paso. Porque me imagino que debe estar ya cansado de que la gente baje la mirada. 

 16:43 y debería irme a duchar ya. Como siga mordiéndome así las uñas me voy a quedar sin dedos. Tengo todos los libros de texto desparramados por la mesa, como si de verdad hubiese trabajado mucho. Como no trabaje un poco más luego... no, luego no va a llegar nunca. No, porque esta es mi coma. Y aparte.






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