Alba

Bueno, esta es una historia que comencé a escribir sin ningún fin aparente hace un tiempo. Ahora que por fin soy LIBRE espero poder continuarla y adecentarla un poco, que buena falta le hace. De todas formas, si la avanzo colgaré de vez en cuando fragmentos por aquí, y por supuesto son completamente bienvenidas las críticas. Todo tipo de ellas :)

Bueno, comencemos por el principio, ¿no?




Prólogo: Nora



En una noche tan oscura, no se puede esperar que ocurran grandes cosas, pensó Nora mientras observaba el brillo de las farolas sobre el canal. Aquel pensamiento acudió a su mente como un intruso, sin haberlo llamado, y permaneció sin querer irse durante unos minutos más, en los cuales la mujer lo rumió y le dio vueltas en su mente, sin poder llegar a comprenderlo del todo. La góndola avanzaba silenciosa por el agua helada, tropezando con algunos resquicios de hielo propios de diciembre. Era tan necesario que el canal fuese circulable que la superficie helada se había roto cientos de veces a lo largo de los días, sin permitir que se congelase del todo. Pese a eso, Nora se cubrió el vientre hinchado con las manos en un ademán protector, temiendo inconscientemente que la criatura que reposaba ahí dentro tuviese algún contacto con el frío helador que reinaba fuera, con la noche que los rodeaba y que confundía los deseos de los hombres. Se acarició la tripa y cantó una nana a media voz, más para ella que para el bebé, acompañada por el sonido lúgubre de las aguas al moverse y de los lentos movimientos del gondolero.

La mujer se arrebujó un poco más en su abrigo de lana, observando hipnotizada la calle avanzar detrás del vaho que provocaba su respiración. Por un momento, se acordó de nuevo de las veladas en el teatro, servidas con bombones del más exquisito chocolate belga y regadas con champán y sorbete de rosas. Recordó sin emoción sus joyas, los pendientes de diamante, los collares de perlas, los broches de topacio. De nuevo rememoró con horror los abrigos de las mujeres, iluminados a la luz de las velas como en una pesadilla. Quiso gritarles más de una vez: “¡esas pieles no son vuestras!”, pero se contenía, pese a que no podía acercarse a una de esas monstruosidades y pugnaba por contener las arcadas cuando una señora engalonada con un animal muerto rodeándole el cuello se acercaba a saludarla.

Volvió la cabeza al ver doblar la esquina de la calle a dos hombres con los paraguas cerrados y largos abrigos negros, aunque sabía que era casi imposible que la reconociesen, a bordo de aquella especie de barca fantasma y con una ropa tan vulgar.

-No te preocupes, cariño. Pronto llegaremos, y podrás saludarme en persona-le susurró con una sonrisa a su vientre, tras lo cual recibió como respuesta una dulce patada que le hizo cerrar los ojos de dolor.

-Por favor, dese prisa-le pidió al gondolero, escondiendo la cara por si cabía alguna posibilidad de que la reconociese-. No sé si aguantaré mucho más.

Pero el hombre únicamente refunfuñó y murmuró algo relacionado con las mujeres embarazadas y los transportes públicos.


Cuando el ministro abrió la puerta de su casa a las tantas de la noche, se encontró con una mujer casi desfallecida, agarrada al marco de la puerta, con los ojos empañados en lágrimas y las enaguas empapadas, a la que a duras penas reconoció como Nora d’Angelli. Con prisa, mandó depositar a la mujer en la cama de invitados y llamó a una partera para que ayudase en lo que él no podía participar. Se limitó a dar vueltas de un lado a otro de la habitación como un padre histérico, mientras escuchaba los gritos de las mujeres al otro lado de la puerta. El pobre hombre ya no estaba para esos nervios, y tuvo que tomarse unas cuantas pastillas con un poco de licor para mitigarlos, mientras en su mente barajaba todas las posibilidades de la inesperada visita de Nora. Al poco rato, cuando el parto aún no había terminado, sentado en su sofá orejero con un vaso lleno en la mano, llegó a la conclusión de que por las prisas y la ropa de la mujer estaba claro que se encontraba huyendo. Pero, ¿por qué? ¿Qué hacía Nora d’Angelli, esposa del famoso magnate d’Angelli huyendo a las tantas de la noche para dar a luz en su casa? ¿Dónde estaba su marido? El ministro se estaba poniendo tan nervioso que se permitió encenderse un puro después del alcohol, para tranquilizarse. Finalmente, la puerta se abrió y la partera salió limpiándose la sangre de las manos en el delantal, con grandes ojeras y cara de sueño.

-Bueno, ya está. La niña está perfectamente, pero la mujer ha muerto durante el parto. ¿Quiere que avise al sepulturero?

Al ministro se le cayó el puro al suelo e hizo una pequeña quemadura en su alfombra persa. Sin embargo, recobró la compostura y despidió a todas las mujeres, tras lo cual se atrevió a entrar en la habitación para despedir a la última. Le colocaron a la criatura en los brazos nada más entrar. Era un bebé pequeño, inusitadamente pequeño y silencioso, que miraba a su alrededor con los ojos muy abiertos, sin emitir ni un solo sonido. Parecía muy poquita cosa. ¿Cómo puede haber muerto Nora d’Angelli a cambio de este ser?, pensó, sin alarde de crueldad, porque los pensamientos no se eligen, y al igual que a Nora le había desconcertado aquella frase formada en su mente, el ministro le pidió perdón silenciosamente al bebé por aquella grosería, pese a que seguía preguntándoselo. Sin embargo, Nora reposaba en la cama con una sonrisa y las manos a ambos lados del cuerpo, abiertas, como si aún esperase a que le diesen a su hija. En sus ojos, congelado, se hallaba el último brillo de emoción, que le daba un aire escalofriante. El ministro se apresuró a dejar la habitación, temiendo que la mujer se despertarse de repente y le exigiese a su hija.

La partera lo miró de arriba abajo antes de irse. El hombre acariciaba a la niña con cuidado y miedo, como observando una estatua o una obra de arte. Le decía palabras sin sentido y con nerviosismo, que la niña no podía entender, aunque sus grandes ojos grises dijesen lo contrario. Tiene los ojos de su madre, algo es algo, pensó la partera, y una inusitada oleada de cariño y ternura la sacudió durante unos instantes, en los que se permitió mirar a la criatura con algo parecido a la compasión.

-¿Piensa decirle la verdad?-le preguntó al hombre. El ministro levantó la vista y luego la volvió a posar en el bebé.

-Sí. No voy a mentirle-decidió, sin saber que a Alba ya le habían mentido por primera vez antes de nacer, ya que nunca llegó a saludar a su madre en persona.

5 Responses so far.

  1. "En una noche tan oscura, no se puede esperar que ocurran grandes cosas": me gusta mucho esa frase, pero creo que es al revés, que cuanto más oscura es la noche más cosas pueden ocurrir.Me gusta aún más que seas libre.Y me gusta mucho todo ese prólogo.

  2. ME GUSTAN LAS FOTOS QUE SUBÍS, SON GENIALES.
    SOS DE ESPAÑA? WOW, QUÉ LEJOS ESTAMOS.
    UN BESO CELIA Y A SEGUIR CON ALBA, EH!
    SUERTE, http://malatendida.blogspot.com :)

    TE CHUSMEO UN POCO MÁS EL BLOG !

  3. Lola says:

    que sepas que me da mucha envidia lo bien que escribes

  4. Borja says:

    Me ha gustado mucho,pero hay una cosa que no comprendo: La escasa sensibilidad de la partera.

    -Bueno, ya está. La niña está perfectamente, pero la mujer ha muerto durante el parto. ¿Quiere que avise al sepulturero? ¿Le preparo la cama? ¿Un té?

    Por lo demás muy bien :)

  5. Celia says:

    lo de la partera es aposta, imagínate que es una mujer que ha visto ya de todo y está harta de ver cómo las mujeres mueren al dar a luz, ya es algo mecánico para ella. Y además la han despertado a medianoche, así que está de mala leche xD

    Por lo demás, me alegro de que guste :)

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