Otro pedacito más.



1. Alba


Alba creció como cualquier niña de su edad a cargo de alguien que no tiene la menor idea sobre críos: sola. Se paseaba por los enormes pasillos de la mansión veneciana del ministro canturreando cancioncillas que se inventaba, desde los balcones daba de comer a patos imaginarios, saltaba a la pata coja las baldosas ajedrezadas del patio, olisqueaba el interior de las botellas de whisky e intentaba adivinar de qué sería aquella quemadura que había en la alfombra persa. Y preguntaba. Preguntaba mucho.
El ministro nunca olvidaría aquél día en el que la niña cumplió siete años y él, haciendo un extraordinario hueco en su apretada agenda, la llevó a la noria, pese a que era diciembre y él ya no estaba para esos trotes. La humedad de Venecia lo mataba, o al menos eso decía siempre a todo el que quería oírle. Pese a todo –añadía- la ciudad era como una amante caprichosa, no podía abandonarla aunque quisiera porque ya estaba enamorado hasta la médula. Después de decir esto siempre soltaba una risita y se retorcía el bigote. Aquella tarde Alba lo esperaba junto a la puerta de la casa, ya vestida y callada. Si estaba impaciente, no lo demostraba. El ministro se acercó con una enorme sonrisa que se le antojó falsa, sin saber cómo encararse a aquella criatura seria de enormes ojos que le esperaba silenciosa, analizando sus movimientos.
-¿Estás preparada?-exclamó con alegría, intentado distraer a Alba de aquel aniversario agridulce que coincidía con la muerte de su madre. La niña asintió sin decir una palabra, y él lo interpretó como tristeza. Como le había asegurado a la partera, siempre trató de decirle a la niña la verdad, así que desde que Alba había tenido uso de razón él le había repetido insaciablemente que no era familiar suyo, que su madre había muerto en el mismo momento en el que ella comenzó a vivir, y que su verdadero padre era un gran magnate que en algún momento la reclamaría a su lado –o eso esperaba él-. Sin embargo, Alba nunca pareció interesarse demasiado por su “otra vida”, como ella la llamaba, y prefirió aceptar al ministro como padre y madre a la vez en el cuerpo de un torpe señor mayor, y a la mansión de corrientes heladas como su casa, pese a que nunca pareció asentarse con demasiada comodidad. Era como un gato callejero. Algún día, se dijo el ministro mientras miraba a la niña comerse un enorme algodón de azúcar sin una sola exclamación de alegría, la calle la llamará, y yo no podré hacer nada para detenerla. Esta niña no es normal.
No adivinó hasta qué punto estaba en lo cierto.



Cuando Alba cumplió quince inviernos, se había convertido en una joven silenciosa como un felino, algo huraña y solitaria, y según los maestros que el ministro había intentado endilgarle sin éxito alguno, extremadamente inteligente, aunque con un serio déficit de atención y una indiferencia hacia todo lo terrenal que hacía prácticamente imposible que la chica aprendiese más que lo que ella se proponía. Sin embargo y contra toda predicción, era una belleza. Las brumas de Venecia y las corrientes de aire de su mansión le habían dado una piel extremadamente blanca y de apariencia fantasmagórica, que contrastaba con una exuberante melena naranja que no tenía permitido soltarse. Al igual que su madre, tenía una figura de bailarina y una forma de andar muy característica, como si flotase. Y luego estaban sus ojos… ribeteados de pestañas tan rojas y extravagantes como su pelo, parecían clavarse como cuchillas en el interior del pecho. El ministro comenzó a evitarla disimuladamente por los pasillos, avergonzado de sus propios pensamientos. Le obligó a cumplir un puñado de reglas sin sentido, como llevar siempre recogido el pelo, la falda por los tobillos y al menos dos camisas, una encima de otra, a no comer fruta con las manos y no danzar sobre la alfombra persa. Cuando Alba le miraba inocentemente con sus enormes ojos de gato, él tartamudeaba montones de excusas que tenían que ver con su decencia como señorita, pese a que secretamente rogaba por que la joven no le leyese la mente con los ojos, ya que comenzaba a no soportar verla llevándose una copa a los labios.

2 Responses so far.

  1. Laura D M says:

    ¿sabes qué? Me da miedo...

  2. ¿Hay continuación? Ya, por favor!! Inquietante el ministro, misteriosa alba.

    :)

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